La danza, expresión musical con el concurso del lenguaje corporal, representa una de las manifestaciones más atractivas y complejas del hombre y también de nuestros compañeros los animales. Ellos realizan sus danzas sin música humana pero si con su música. Sirvan de ejemplos el aleteo y los trinos en los pájaros, la percusión por el choque de las cornamentas en algunos bóvidos, las zambullidas sonoras de las ballenas en el agua o el baile de los delfines. Además suele ser frecuente la articulación canora como acompañante de esos bailes
Los integrantes de mi generación tenemos grabado en la memoria los bailes y el canto de Flipper, el delfín que veíamos en la vieja Marconi, con antena de cuernos, mientras merendábamos una onza de chocolate dentro de un trozo de pan. ¡Poder evocador de la música!
Contiene la danza reminiscencias sexuales - actividad previa al apareo-, místicas, de trance, de pura exaltación emocional, lúdicas, terapéuticas, iniciáticas, religiosas, telúricas, míticas… En fin, cualidades variadas y múltiples que se utilizaban desde el agradecimiento a los dioses por una buena cosecha, o para invocar a los mismos -en la antigua Roma- y evitar días nefastos y convertirlos en fastos, hasta para deslumbrar a la pandilla y conquistar a Olivia Newton-John como hacía Travolta una noche de cualquier sábado - febrilmente, eso sí.
¿Y sí quisiésemos concretar lo que es, la esencia de la danza, cual sería, entonces, una buena definición? Para mí, la mejor definición de danza la da Friedrich von Schiller (1759-1805) en su vigésimo séptima y última carta incluida en su interesantísimo corpus epistolar: Cartas sobre la Educación Estética del Hombre. En ella declara:
“El brinco de alegría desbocada se hace danza y el gesto informe se hace graciosa y armónica mímica; los sentidos confusos del sentimiento se despliegan y empiezan a obedecer al ritmo y a adaptarse al canto”
(Friedrich Schiller. Cartas sobre la Educación Estética del Hombre. Anthropos, Barcelona 1990).
Fuere cual fuere el motivo que animaron y animan las danzas bailadas desde nuestros primeros pasos en este planeta, todas ellas cumplen con la concisa pero completa definición de Schiller. Ruego que la volváis a leer bajo este prisma.
De las múltiples relaciones que con el mundo de la música y con los compositores jalonan la vida de Schiller, la posteridad ha acogido como emblema su texto de la Oda a la Alegría, que Beethoven incorpora a su Novena Sinfonía, la Coral, y hoy representa el Himno de la Europa de los 27.
Danza, Schiller, Beethoven, y su Séptima Sinfonía en La mayor Op. 92, que Richard Wagner definió como “apoteosis de la danza” e incluso se atrevió a bailar -una versión pianística con Franz Liszt al piano- han sido los pasos lógicos que he seguido para ofreceros como audición de este artículo el tercer movimiento – Presto- de la Séptima Sinfonía de Ludwig van Beethoven.
Dos palabras acerca de este movimiento que ejerce la función de Scherzo. Empieza con un brinco de alegría desbocada que se hace danza… ¿os suena? El trío, que aparecerá dos veces (en el segundo 132 hasta el segundo 255, y de nuevo en el segundo 332 hasta el 419), se inspira en un himno religioso de peregrinos de la Niederösterreich (Baja Austria). Cierra el Scherzo la vuelta a vitalidad desbordada con un último recuerdo a los peregrinos. ¿En qué segundo se produce ese recuerdo?. Como siempre espero que os guste.
Manuel López-Benito
Sinfonía nº 7 en La mayor Op.92. III. Presto Minuto (52:20)
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